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Cómo el abuso infantil puede desencadenar trastornos disociativos

  • El abuso sexual en la infancia no solo deja heridas emocionales, también puede alterar profundamente la salud mental, provocando trastornos disociativos que dificultan el desarrollo psicológico y la vida adulta de las víctimas.

Transtornos disociativos producto de abusos
Foto: Freepik
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La infancia es una etapa clave en el desarrollo emocional y mental. Sin embargo, para muchos menores, ese periodo se ve interrumpido por experiencias traumáticas como el abuso sexual, una forma de violencia que puede dejar secuelas psicológicas duraderas, afectar la identidad y aumentar el riesgo de desarrollar trastornos mentales complejos.


En el Perú, cada día cientos de niños y adolescentes enfrentan el horror del abuso sexual: en 2024 se registraron más de 22 000 casos de violencia sexual infantil, incluyendo casi 11 200 niñas, según datos del Programa Nacional Aurora del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP). Solo en el sistema educativo, casi 4 000 estudiantes denunciaron agresiones sexuales a través de la plataforma SíseVe del Ministerio de Educación (Minedu).


Estas cifras reflejan historias de dolor y traumas profundos que no siempre son visibles a simple vista. Entre las secuelas menos comprendidas se encuentran los trastornos disociativos, que pueden surgir como mecanismos de defensa frente al sufrimiento extremo.


El abuso sexual infantil deja secuelas que duran toda la vida

La infancia debería ser sinónimo de protección, cariño y estabilidad. Sin embargo, para muchas personas, este periodo se ve ensombrecido por vivencias traumáticas como el abuso sexual. Según expertos del portal web Psicólogia y mente cuando este tipo de violencia irrumpe en una etapa tan vulnerable, el impacto no termina cuando cesa el acto abusivo: puede marcar el desarrollo emocional y psicológico durante toda la vida.


Quienes han sido víctimas de abuso sexual en la infancia suelen lidiar con emociones intensas de culpa, miedo, vergüenza o desconcierto, además de una dificultad persistente para confiar en los demás o en sí mismos. En los casos más graves, la mente recurre a estrategias extremas para soportar el dolor: entre ellas, la disociación.


Disociar: una respuesta al trauma que puede volverse un trastorno

Disociar es, en términos simples, una manera que tiene el cerebro de desconectarse de la realidad cuando esta se vuelve insoportable. Puede tratarse de un "apagón" en la memoria, una sensación de estar observando los hechos desde fuera del propio cuerpo o una percepción alterada del entorno, como si todo ocurriera en un sueño o una película.


Estas respuestas pueden ser adaptativas en el corto plazo, permitiendo a los niños "escapar" mentalmente de la agresión. Pero cuando se repiten o se vuelven crónicas, pueden evolucionar hacia trastornos disociativos más severos, como el trastorno de identidad disociativo, donde coexisten múltiples identidades o fragmentos de personalidad.


La ciencia confirma el vínculo entre abuso infantil y disociación

Estudios realizados en adultos con trastornos disociativos muestran que muchos de ellos tienen antecedentes de abuso sexual en la infancia y no es casualidad; la disociación actúa como una especie de "refugio mental" frente a un entorno hostil. Aunque puede ser funcional durante el trauma, a largo plazo interfiere con la estabilidad emocional, la autoestima, la regulación afectiva y la construcción de una identidad coherente.


Los síntomas pueden pasar desapercibidos durante años o confundirse con otros trastornos, como ansiedad o depresión. De ahí la importancia de que los profesionales de salud mental estén capacitados para reconocer estas señales y brindar una atención adecuada.


Detectar el trauma a tiempo puede cambiar una vida

Identificar el vínculo entre abuso infantil y disociación no solo es clave para el tratamiento, sino también para la prevención. Sensibilizar a la sociedad sobre las secuelas invisibles del abuso sexual infantil ayuda a romper el silencio y el estigma que todavía rodean este tema.


El primer paso es mirar el trauma con ojos informados y compasivos. Solo así podremos ofrecer a las víctimas la atención que merecen, y construir entornos más seguros, donde la infancia sea un espacio de cuidado y no de peligro.

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