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Lo que callamos en Recursos Humanos: Mi historia laboral no es perfecta, pero es real

  • Cuento desde mi experiencia personal como algunos directivos prefieren trabajar con conocidos y cómo esto afecta la cultura empresarial existente.

Laboral
Foto: Pixabay

Esta es una historia real: la mía. Una experiencia laboral que comenzó con entusiasmo y terminó siendo una lección de vida. Viví momentos de aprendizaje y crecimiento, pero también enfrenté injusticias, presión emocional y vulneraciones a mis derechos. Comparto este testimonio no para revivir lo doloroso, sino para visibilizar aquello que muchas veces se silencia en los entornos laborales: el maltrato, el miedo y la urgente necesidad de construir espacios más humanos. Porque cada historia merece ser contada. Esta es la mía.


Mi primer empleo: ilusión y aprendizaje


Ingresé a mi primer trabajo con entusiasmo. La oportunidad llegó a través de una bolsa laboral informal. La entrevista fue con la jefa de Recursos Humanos, quien llegó después del almuerzo y evaluó mi perfil: tenía experiencia previa, había hecho prácticas pre y profesionales, y contaba con un intercambio estudiantil en Colombia. Me eligieron a mí, frente a otra postulante que también era compañera de universidad.


Firmé contrato un día antes del inicio de la pandemia por COVID-19. Estaba motivada y agradecida, pero pronto la realidad cambió. La empresa suspendió operaciones, redujo personal y pasó al trabajo remoto.


El regreso y un nuevo clima laboral


Con el tiempo, me reincorporaron. Pero el ambiente ya no era el mismo. Mi jefa directa enfermó de COVID-19 y se ausentó por razones de salud. Entonces llegó un nuevo jefe de área, presentado como “coach” con supuestas habilidades para liderar equipos.


Desde el primer día quiso conocer nuestras funciones. Pero con el pasar de las semanas, su estilo autoritario y controlador se hizo evidente.


Un proceso interno lleno de favoritismos


Éramos dos psicólogas en el área: una con más antigüedad y yo, recién reincorporada. Se convocó un proceso para el puesto de "Asistente de Recursos Humanos", el mismo que yo ocupaba, pero en otra planilla.


Aunque en apariencia el proceso era transparente, sabíamos que la plaza tenía nombre propio. La nueva integrante asumió funciones similares a las mías y mi rol empezó a ser desplazado.

Se me informó que mis funciones se restringirían a la asistencia directa de la jefa, enfocándome en modificar manuales internos. El nuevo puesto —uno que me habría encantado asumir— ya había sido adjudicado sin una competencia real.


Funciones bajo presión


Me encargaba de elaborar documentos como el Reglamento Interno de Trabajo (RIT), el Manual de Organización y Funciones (MOF) y los lineamientos contra el hostigamiento sexual laboral. También gestionaba los procesos de selección y reclutamiento para las distintas empresas del grupo.


El equipo era numeroso: había otra psicóloga, personal administrativo, encargados de planillas y una asistenta social. La empresa era reconocida y tenía sedes en el norte del país. Pero el ambiente cambió drásticamente: silencio constante, vigilancia desde una oficina acristalada y una obsesión enfermiza por la puntualidad.


Control, miedo y abuso


Una vez, en los servicios higiénicos, un compañero dejó pasta dental en el lavamanos. El jefe interrogó a todos con tono amenazante hasta obtener una confesión. El ambiente era de miedo.

La puntualidad se exigía sin margen de error. Yo misma tomaba taxis cada mañana para evitar retrasos. La presión era constante.


Despidos injustificados y frialdad


Una de las empresas del grupo tenía trabajadores operativos, personas sin estudios superiores pero con gran necesidad de empleo. El jefe solicitó sus datos, los citó y les entregó cartas de renuncia ya redactadas. No hubo explicaciones. Su actitud fue fría, deshumanizante.


En plena etapa de reclutamiento, me llamaron a una reunión. El jefe me informó que habían reestructurado el organigrama y que, al haberse incorporado otra persona en mi puesto, yo ya “no era necesaria”. Me entregó una carta de renuncia lista para firmar.


Le dije que la leería antes de firmarla. Tomé una foto como medida de precaución. Ese mismo día, publiqué un estado de WhatsApp agradeciendo a mis compañeros y anunciando mi salida.


La represalia


Al día siguiente, todo empeoró. Alguien filtró mi estado al jefe. Me hicieron firmar una carta de imputación de hechos y me amenazaron con enviarla a mi domicilio. Me sentí humillada y atemorizada.

Me citaron a una reunión con el gerente general —amigo del jefe—. Me pidieron entregar mi celular antes de ingresar. Recuerdo esa conversación con angustia: entre una figura autoritaria y otra pretendidamente amable.


Denuncia ante SUNAFIL


Con asesoría legal, respondí dentro del plazo legal y presenté una denuncia ante SUNAFIL de forma anónima. A pesar de ello, mis datos fueron filtrados. Me citaron a una audiencia virtual sin previo aviso. Me conecté desde mi celular y respondí como pude.


Desde entonces, el clima fue insostenible. Mis compañeros se alejaron. Murmuraban. Me sentía señalada como “la problemática”.


Solo pedí una salida justa, que se respetara mi fecha final de contrato. Con el apoyo de mi familia, resistí hasta el último día.


El gerente de administración, también cercano al jefe, supervisó mi salida. Al despedirme, sentí alivio, pero también frustración. Estaba desempleada, herida y con una experiencia que marcó profundamente mi vida profesional.


Lo que aprendí


Esta experiencia marcó un antes y un después. Aprendí que no todos los ambientes laborales son saludables. Que el poder mal gestionado puede destruir equipos y personas. Y que es fundamental buscar espacios donde se respeten los derechos, la voz y la dignidad de cada trabajador.


Aunque pensé en dejar mi carrera, hoy sigo en este camino. Soy más fuerte. Y creo con certeza que toda experiencia —por dolorosa que sea— deja una lección valiosa.


No dejes que una mala experiencia laboral apague tus ganas de crecer.

Si alguna vez te hicieron sentir que no valías, recuerda: el problema nunca fuiste tú. Fuiste valiente por aguantar, pero eres aún más valiente por contar tu verdad.


Hablar sana. Y tu historia también puede ser el impulso que alguien necesita para salir de un entorno que le hace daño.

Tu historia importa. No calles lo que te hace daño.

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