¿Más desarrollo, más reglas? Bienvenido al club de las paradojas
- Lorena Said
- 12 jun
- 3 Min. de lectura
A más desarrollo, más reglas. Pero, ¿eso nos hace más civilizados o solo más controlados?

Dicen que la civilización avanza con el desarrollo, pero basta con mirar un poco alrededor para encontrarse con una deliciosa contradicción: entre más desarrollado es un país… ¡Más reglas tiene! Y no hablamos solo de las obvias como "no robes" o "no conduzcas en reversa por la autopista" (aunque, bueno, esa a veces hay que repetirla). No. Hablamos de normas sobre cómo reciclar el cartón, cuántos decibelios puede tener tu fiesta de cumpleaños o si tu perro puede orinar en este o aquel arbusto público.
En cambio, en muchos países subdesarrollados, pareciera que la ley es más... opcional. No porque no exista, sino porque vive en un mundo paralelo, ese donde las señales de tránsito son sugerencias poéticas y el "papelito habla" más que cualquier juez.
¿La ley nace del caos o lo evita?
Aquí es donde se pone interesante. Uno pensaría que en un país muy desarrollado, donde las personas ya tienen sentido común, respeto al prójimo y conciencia social, no haría falta un reglamento de 47 páginas para sacar la basura. Pero sorpresa: mientras más desarrollada es la sociedad, más detalles regulan la vida diaria.
¿Por qué? Tal vez porque a medida que las sociedades crecen y se enriquecen, también se vuelven más neuróticas. La búsqueda de orden y control llega al punto de que se necesita una aplicación oficial para cruzar la calle (con semáforo y guía emocional incluidos).
Y mientras tanto, en el otro extremo, hay sociedades donde uno esperaría más normas, precisamente porque el sentido común escasea… pero no. Las reglas son pocas y, a menudo, decorativas. Como si confiaran en un caos simpático que se regula solo (spoiler: no lo hace).
La familia como metáfora nacional
Lo mismo pasa en casa. Las familias con menos recursos suelen tener pocas reglas: “Haz lo que puedas”, “Sobrevive como sepas” y “No llegues con la policía, por favor”. En cambio, en familias más adineradas, el manual de convivencia podría tener más capítulos que “El Señor de los Anillos”: qué comer, qué estudiar, con quién salir (o no), cómo vestir, qué carrera seguir, cuándo casarte y con cuánta carga genética aceptable.
Entonces uno se pregunta: ¿el desarrollo trae más reglas… o simplemente menos libertad?
¿Y si el desarrollo fuera otra cosa?
Tal vez el verdadero desarrollo no sea la acumulación de leyes, sino la evolución del sentido común. Un lugar o una familia donde las personas no necesitan que les digan que respeten al otro, que no ensucien, que sean honestas, porque simplemente ya lo entienden.
Pero claro, el sentido común tiene un problema: no es tan común.
Y ahí volvemos al dilema de siempre. ¿Leyes para suplir el sentido común? ¿O educación para desarrollarlo? ¿Más reglas para los que no piensan, o menos reglas para los que sí?
Conclusión (si es que la hay)
Tal vez no se trata de tener más o menos leyes, sino de que las personas crezcan lo suficiente (no en talla, sino en conciencia). Porque cuando la cabeza funciona, no hace falta un cartel para decir “no escupas al vecino”.
Y mientras tanto, seguiremos viviendo esta paradoja global: los que más sentido común deberían tener, tienen más reglas. Y los que más reglas necesitan… siguen preguntando si eso también aplica para ellos.
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