Pensar en el suicidio no te hace débil, te hace humano
- Lorena Said

- 19 jun
- 3 Min. de lectura
Sentirse perdido no significa estar roto, sino atravesar una etapa profundamente humana.

¿Quién nunca ha pensado, aunque sea una sola vez, en desaparecer, en dejar de existir, en preguntarse si vale la pena todo esto? Quien diga que nunca lo ha hecho, tal vez no ha mirado con profundidad su propia existencia. No hablamos necesariamente de querer morir, sino de ese momento en que uno se detiene y se pregunta: ¿Para qué estoy aquí? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
Pensar en el suicidio, en algún punto de la vida, no te convierte en un enfermo ni en una persona débil. Te convierte en alguien humano. Porque una parte fundamental de ser humano es dudar, es sentir dolor, es perder el rumbo. Y cuando eso ocurre, lo que más duele no es estar solo, sino creer que se está solo.
Pero no lo estás. Estás mucho más acompañado de lo que piensas. Hay millones de personas atravesando las mismas preguntas, la misma fatiga del alma, la misma sensación de vacío. Lo que pasa es que esta vida no trae un sentido incluido. Esta vida no tiene un “para qué” universal. El sentido no se encuentra, se construye. Y ese trabajo es duro, muchas veces ingrato, pero también profundamente transformador.
¿Por qué nos sentimos tan perdidos?
Porque nos hemos alejado —no por decisión propia— de nuestro verdadero centro. La sociedad moderna, con sus ritmos frenéticos, sus exigencias de éxito, sus pantallas infinitas y su individualismo disfrazado de libertad, nos empuja hacia una existencia desconectada. No es que queramos vivir así, es que el sistema nos ha condicionado para hacerlo.
Hoy, las preocupaciones que nos consumen se pueden reducir a tres o cuatro pilares fundamentales:
1. El dinero: El eje que no debería serlo
Sin dinero, la vida no se sostiene. No se come, no se habita, no se accede a salud ni educación. La economía domina cada decisión, cada miedo, cada paso. ¿Cómo no sentirse perdido cuando todo depende de algo que nunca parece suficiente.
2. Las relaciones humanas: El dolor más cercano
El núcleo familiar, la pareja, los amigos: nuestras relaciones nos forman, pero también nos hieren. Muchas veces, los conflictos más profundos vienen de quienes más amamos. Nos frustramos por no ser entendidos, nos rompemos por no saber cuidar lo que importa, y eso genera una carga emocional difícil de soltar.
3. El entorno laboral: La selva silenciosa
Los compañeros de trabajo, los jefes, la presión, el desgaste mental. Hoy trabajamos más horas que nunca, y muchas veces en ambientes tóxicos, fríos, impersonales. Ahí, donde deberíamos encontrar propósito y pertenencia, solo hay reglas, objetivos y correos sin alma.
¿Y entonces, qué hacemos con todo esto?
Lo primero es dejar de juzgarnos. Sentirse cansado de vivir no es raro. Preguntarse para qué vivir no es un error. Es una oportunidad. Una puerta. Una grieta por la que puede entrar algo nuevo.
Lo segundo es recordar que el sentido no es algo dado, es algo creado. Y se crea con pequeñas cosas: con una caminata, una charla, una idea, una canción, un proyecto simple. No hay un gran “propósito” esperando allá afuera. Hay momentos que valen la pena. Hay personas que aún no conociste. Hay cosas que aún no viviste.
Y lo tercero, lo más importante: habla. No te calles. No te encierres. Porque aunque no lo parezca, aunque no lo sientas ahora, alguien te escucha. Tal vez no quien tú esperas, pero alguien lo hará.
Si estás leyendo esto desde un momento difícil…
No sé quién eres, ni en qué lugar estás, ni cuánto te está costando levantarte cada día. Pero sí sé algo: no estás roto. No estás solo. No estás más allá de la posibilidad de volver a sentir algo bueno.
Lo que sientes ahora no será eterno, aunque así lo parezca. Respira. Detente un momento. No pienses en toda la vida, solo en el siguiente paso. Solo en hoy. En una cosa que puedas hacer por ti. No para cambiar el mundo, no para ser fuerte, solo para seguir.
Es normal no tener ganas. Es normal no ver el sentido. Pero eso no significa que no haya uno. Tal vez aún no lo descubriste. Tal vez esté en lo que ni siquiera imaginabas.
Busca ayuda. Di lo que sientes. Aunque sea con pocas palabras, aunque no sepas por dónde empezar. Mereces ser escuchado. Y sí, aunque no lo creas ahora: tu vida importa.
Aquí sigues. Y eso ya es una victoria.
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