¿Qué responsabilidad tienen los padres cuando su hijo va a terapia?
- Redacción Qhali
- 15 jul
- 2 Min. de lectura
Cuando un hijo acude al psicólogo, la implicación de sus padres resulta clave para el éxito del tratamiento. Comprender su rol, asumir responsabilidades y acompañar el proceso con respeto y empatía son aspectos fundamentales para favorecer un cambio real y duradero.


Cada vez más niños y adolescentes acuden a terapia por problemas de conducta, ansiedad, miedos, dificultades sociales o alteraciones del sueño. Según el estudio “Estado Mundial de la Infancia 2021” de UNICEF, más del 13% de los adolescentes a nivel global sufre trastornos de salud mental diagnosticables. En América Latina, la situación también es preocupante: un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) indica que el 21% de los adolescentes entre 13 y 17 años en la región presenta síntomas de ansiedad o depresión.
No obstante, la intervención no debe centrarse únicamente en el menor, sino también en su entorno más cercano: los padres. Su participación es clave para comprender el contexto familiar que incide directamente en el bienestar emocional de sus hijos.
El papel activo de los padres en la terapia
El psicólogo clínico Mark Dangerfield subraya que la implicación de los padres es fundamental para analizar los estilos de relación y los patrones de apego presentes en el hogar. Sin esta visión integral, el tratamiento pierde efectividad, ya que muchos síntomas infantiles están profundamente relacionados con dinámicas familiares que también requieren atención.
Por su parte, la psicoanalista Norka Malberg advierte que algunos adultos, sin intención de hacerlo, pueden entorpecer el proceso terapéutico al intentar controlarlo, cuestionar su utilidad o sobrecargar la agenda del menor. “No se trata de culpabilizar a los padres, sino de acompañarlos en la comprensión de su rol y brindarles herramientas para apoyar a sus hijos de manera más saludable y consciente”, explica.
En el caso de los adolescentes, el respeto a la confidencialidad del proceso es fundamental. Aun así, el profesional debe informar a los adultos si detecta un riesgo para el menor. En definitiva, la terapia infantojuvenil exige construir un puente de confianza entre el terapeuta, la familia y el paciente, reconociendo que el cambio profundo no se logra en solitario.
Por ello, es importante que las familias comprendan que la terapia no es un recurso aislado para “arreglar” al menor, sino una oportunidad compartida para revisar patrones emocionales, estilos de crianza y formas de vincularse. Involucrarse de manera activa, abierta y respetuosa puede marcar la diferencia y convertir el proceso terapéutico en una experiencia verdaderamente transformadora, no solo para el niño o adolescente, sino para todo su entorno.
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