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Cuando el cuerpo rinde, pero el alma se agota: señales de la pobreza emocional

  • En una cultura que premia la productividad, ignorar lo que sentimos se ha vuelto común. Pero desconectarnos de nuestras emociones puede pasar una factura silenciosa y peligrosa.

Cuando el cuerpo rinde, pero el alma se agota: señales de la pobreza emocional
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Vivimos en una sociedad que celebra la eficiencia, el control y la capacidad de aguantar sin quejarse. En ese contexto, muchas personas comienzan a sentir que funcionan en piloto automático. Rinden, producen, cumplen y se les reconoce. Pero en el fondo, algo falta.


Este fenómeno es conocido como pobreza emocional: no se trata de no sentir, sino de relegar las emociones a un segundo plano. Es una forma de deterioro emocional silencioso que, si no se atiende, puede derivar en agotamiento profundo, ansiedad o síntomas depresivos. Ignorar lo que uno siente puede parecer funcional en el momento, pero a largo plazo tiene un coste alto para la salud mental.


El precio de la pobreza emocional


Estudios como los de Taylor et al. (2010) y Gross & John (2003) confirman que reprimir las emociones afecta negativamente nuestra capacidad para autorregularnos. Cuanto más las bloqueamos, más difícil se vuelve manejarlas cuando finalmente emergen. Y lo paradójico es que esta desconexión no siempre se vive como un problema, porque socialmente se premia el aguante emocional.


“La pobreza emocional, como cualquier forma de desconexión, se disfraza de eficiencia, pero en realidad empobrece lo más valioso: nuestra capacidad de sentirnos vivas, presentes y en paz con nosotras mismas”, explica Elena Génave, pedagoga y coach experta en inteligencia emocional, para Psicología y Mente.

Algunas señales de este empobrecimiento interno son claras: vivir "en automático", no saber cómo te sientes más allá del cansancio o la irritabilidad, sentir culpa al darte un respiro, o creer que todo debe estar bajo control para no derrumbarte. También puede manifestarse como incapacidad para disfrutar del tiempo libre, perfeccionismo extremo, o una desconexión del propio cuerpo, como si cuidarse fuera una pérdida de tiempo.


“Esta desconexión cotidiana es más común en personas que asumen múltiples roles sin espacios para sí mismas, especialmente en mujeres que lideran, cuidan y sostienen a otros”, recalca Elena Génave, pedagoga y coach experta en inteligencia emocional, para Psicología y Mente.
Cuando el cuerpo rinde, pero el alma se agota: señales de la pobreza emocional
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No se trata de debilidad, sino de honestidad


Reconectar con el mundo emocional no significa volverse frágil ni menos eficaz. Implica observarse con honestidad, dar lugar a lo que sentimos sin reprimirlo ni juzgarlo. No se trata de dramatizar, sino de humanizarse, de permitirse ser más que una máquina.


"Las emociones no expresadas se convierten en tensiones crónicas", frase de Alexander Lowen, quien fue un médico y psicoterapeuta, conocido principalmente por sus estudios sobre análisis bioenergético.

Cuando dejamos de ver las emociones como obstáculos y empezamos a escucharlas, abrimos espacio para una vida más clara, equilibrada y auténtica. No es cuestión de borrar lo que sentimos, sino de aprender a estar con ello de forma más saludable.


El camino hacia una mayor riqueza emocional


La buena noticia es que esta pobreza emocional no es irreversible. Se puede revertir con pequeñas prácticas cotidianas: identificar lo que sentimos, permitirnos no estar bien todo el tiempo, y crear momentos para sentirnos vivos, no solo útiles.


También ayuda rodearse de vínculos que no exijan fortaleza constante. Hablar con alguien sin miedo a ser juzgado es ya un acto de resistencia emocional. Y si ese espacio no está cerca, la terapia puede ofrecer el terreno seguro para volver a sentir.

 

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