La herida invisible: cómo el abandono emocional moldea nuestras relaciones adultas
- Laura Espinoza
- 1 jul
- 3 Min. de lectura
Aunque no siempre implica una ausencia física, el abandono emocional en la infancia puede dejar marcas profundas y duraderas.

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El abandono emocional en la infancia es una herida invisible que deja huellas profundas en la vida adulta. Aunque no siempre se manifiesta en ausencias físicas, su impacto es igual de devastador: genera dificultades para establecer vínculos saludables, miedo a la soledad y una necesidad constante de validación. Según un estudio de la Universidad de Harvard publicado en The Journal of Child Psychology and Psychiatry (2021), los niños que experimentan abandono emocional presentan un riesgo 2.5 veces mayor de desarrollar trastornos de ansiedad o depresión en la adultez.
La psicóloga Marina Mamoliti, en su podcast Psicología al desnudo, explica cómo esta herida puede empezar con episodios tan comunes como una caída en el parque que es respondida con frases como “No pasó nada, deja de llorar”. El mensaje implícito es claro: lo que sientes no importa. Cuando este tipo de respuestas se repite con frecuencia, el niño aprende a silenciar sus emociones y a enfrentar el dolor en soledad.
Con el tiempo, ese patrón evoluciona en adultos con una gran dificultad para poner límites, pedir ayuda o confiar en los vínculos afectivos. “Las personas con herida de abandono suelen desarrollar lo que se llama la máscara de la dependencia. Viven con miedo constante a ser rechazadas, necesitan aprobación continua y les cuesta sostenerse emocionalmente sin el otro”, señala Mamoliti.
Escenarios comunes del abandono emocional
Según Mamoliti, existen cinco escenarios que suelen originar esta herida:
Separación o ausencia de los padres, especialmente cuando uno desaparece emocional o físicamente tras una ruptura.
Falta de validación emocional, incluso si los cuidadores están presentes, pero desestiman los sentimientos del niño.
Adopciones, que pueden dejar una pregunta persistente: ¿por qué no me eligieron?
Padres demasiado ocupados, que delegan la crianza o responden con indiferencia a las necesidades emocionales.
Cuidado prolongado por terceros, que puede generar la idea de no ser una prioridad.
Las consecuencias en la adultez
Las personas que crecieron con esta herida pueden experimentar dependencia emocional, miedo extremo a la soledad y la tendencia a formar vínculos disfuncionales. También es frecuente que busquen constantemente atención y validación, e incluso que eviten la intimidad por temor a volver a ser heridos. Esta herida puede llevar a un círculo vicioso: el deseo de cercanía genera actitudes que terminan alejando a los demás, lo que refuerza el sentimiento de abandono.
¿Cómo empezar a sanar?
Mamoliti plantea cinco herramientas para comenzar a trabajar esta herida:
Tomar conciencia y aceptar la herida: dejar de negar el dolor emocional.
Cambiar de perspectiva: comprender que el abandono dice más del otro que de uno mismo.
Enfrentar el miedo a la soledad: aprender a tolerar la incomodidad de estar con uno mismo.
Entrenar la autonomía emocional: realizar actividades solo y tomar decisiones sin depender de la aprobación externa.
Buscar apoyo terapéutico, si el proceso resulta muy difícil de afrontar sin guía profesional.
Reconocer esta herida no significa culpar a nuestros cuidadores, sino comprender cómo nuestras experiencias tempranas impactan nuestras emociones adultas. La infancia no se puede cambiar, pero sí se puede sanar lo que dolió. Como señala Mamoliti: “El primer paso para sacar la mano del fuego es aceptar que nos estamos quemando”.
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